FEDERICO A. JOVINE RIJO
Por alguna razón existe la percepción de que mayo pasa por febrero, y más que creencia es reciente experiencia. En el gobierno están claros que el barrido de las municipales de 2020 generó las condiciones necesarias para ganar en primera vuelta. Que fueran las únicas elecciones suspendidas de nuestra democracia; que el PLD estuviese dividido; que su candidato no diera la talla; y que 16 años en línea generaron un hartazgo que clamaba cambio, no entran en sus cálculos, sino que todo fue gracias a sus acciones y que las circunstancias apenas incidieron.
En todo caso, la oposición también calibra la importancia de las municipales, porque el barrido inicial se convirtió en un mar [¿mal?] de fondo que generó una ola que arrasó con todo, incluyendo candidaturas congresuales robustas que habían trabajado lo suficiente para ganar cómodamente. Lo dicho, que tanto gobierno y oposición son conscientes de su importancia y apostarán todo a pintar en febrero el mapa nacional de resultados –como antesala para mayo–, contribuyendo a la profecía auto cumplida.
Para el gobierno 47 días pasarán rápido –demasiado quizás–, y en estas siete semanas lo urgente pospondrá lo necesario; y lo urgente es ganar, y el manual clásico indica que hay que arreciar el festival de inauguraciones de obras públicas; acelerar el gasto para que el dinero corra y a la vez controlar precios; lograr que los principales rubros de la canasta estén disponibles, abundantes y baratos; y atajar al dólar. En paralelo, las estructuras del PRM deberán trabajar a tope, recoger a los abandonados, curar a los heridos, y los proyectos del 28 (y los cuchillos) deberán guardarse.
Para la oposición, el trabajo será como jugar dominó con las fichas boca arriba. El músculo del contrario “pesa” y la logística fluye lenta; sus mejores opciones serán evidenciar las fallas entre el discurso y las ejecutorias del gobierno; prometer el cielo a todo el que se sume; aunque explotar el desencanto, las frustraciones, las insatisfacciones –individuales y colectivas– y traducirlas en desquite, movilización y votos, seguirá siendo el mayor desafío.
Para ambos, el trasvase de dirigentes, funcionarios electos y candidatos, operará como indicador de éxito, fortaleza del discurso y anticipo de futuro; el pleito se echará en terreno y en las redes, donde será brutal, descarnado e incontrolable.
En ausencia de argumentos –que en estos tiempos resultan innecesarios–, se apelará a sentimientos básicos y primarios. Las redes son termómetro, escenario, pero también un vector; y precisamente urge de parte y parte hacer tierra arrasada. El hombre de paja arderá todos los días y pesará más quién diga algo que lo que diga. Veremos cheques, contratos, fotografías, videos –presentes y pasados–; lo que sea que contribuya a erosionar la legitimidad de los actores y bajar el debate al nivel del piso, donde suele haber mugre y basura.
Así las cosas, el corto camino hacia febrero será muy largo, desgastante, y a ratos parecerá que en un pequeño municipio se decidirá toda la patria… y quizás así lo sea.